12 de septiembre de 2020
Francisco Valdés Perezgasga (twitter.com/fvaldesp)
El Nazas es una de las razones, la principal, para explicar nuestra presencia aquí. La otra
es el Aguanaval. Los laguneros y las laguneras no somos nativos de esta tierra. Pareciera
que nunca quisimos serlo. Pareciera que optáramos por ser siempre colonos.
Ser nativos es adaptarse a las condiciones del sitio en el que vives. Ser nativo es cuidar de
la tierra y de todos los que la habitan sabiendo que la tierra habrá de cuidar de tí y de los
tuyos. Respetar su integridad funcional sin ambiciones de control y dominio sabiendo
que es la clave de una sociedad sana, armónica y en paz.
El colono llega a imponer, a cambiar la rica naturaleza por el páramo del monocultivo. A
secar ríos, drenar humedales y agotar acuíferos cual minero del agua. Su consigna es la
riqueza a cualquier costo, en el menor tiempo. Destruir con prisa y con avaricia. El
colono trae sus tecnologías, sus cultivos y sus animales y se los impone a la tierra
colonizada. La tierra pierde la integridad forjada a lo largo de millones de años de
evolución.
De los ricos humedales, de los frescos bosques y de los abundantes acuíferos poco nos
queda. El río que los alimentaba fue encerrado en presas y confinado a canales. Poco nos
queda de la maravilla que fueron los humedales del Nazas. Algunas de estas maravillas
desaparecieron no hace mucho. Las alamedas de Villa Juárez ahí estaban en los noventas.
La vega de San Pedro duró menos.
Nos queda el Cañón de Fernández. Súbitamente la pandemia ha hecho que mucha,
muchísima gente se dé cuenta de su existencia. La pesadilla de las multitudes ruidosas,
sucias e irrespetuosas de Semana Santa se han vuelvo la constante cada fin de semana. A
ellas se suman los amantes del grosero y violento deporte de los vehículos de motor todo
terreno: los razors, las cuatrimotos y las motos de cross.
Esta capa de destrucción reciente, de origen pandémico, se suma a otras capas que
trabajan para el aniquilamiento del Parque Estatal. La impericia de su administración, el
desinterés de las autoridades de Durango y, por supuesto, el ánimo del colono. El que
quiere tener ahí su residencia de fin de semana cuya existencia destruye los valores
mismos que proclama el constructor lo llevaron ahí. Cada ranchette construido en el
Cañón de Fernández fragmenta el hábitat, interfiere con los procesos ecológicos
milenarios, lleva el cemento al sitio donde éste no debería estar. Ya hay fraccionamientos
enteros a la orilla del río construidos bajo la nariz omisa de las autoridades de Conagua y
del Gobierno de Durango.
Esto se acelera. Ahora mismo se desmontan hectáreas a un lado de la presa para hacer
otro fraccionamiento y se acelera la construcción de un hotel. Ambas obras totalmente
ilegales. Urge parar la destrucción, pero igual urge cambiar la actitud colectiva. Ser más
nativos y menos colonos.
Foto cortesía.
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